domingo, 15 de marzo de 2015

TRES POEMAS DE RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN







LOS SUEÑOS DE LOS NIÑOS INVENTANDO PAÍSES

"Cuando paso frente de un local
               donde exponen pinturas de niños, sigo de largo."

                                                                             BATLLE PLANAS

Porque el niño conserva todos los libres bríos
de la invención, baraja sus monstruos increíbles
y sus enloquecidos ángeles.
La bárbara inocencia sin prejuicios de la primera pureza
y el espléndido caos, el delirio de la razón, la fantasía.

El niño es el primer surrealista.

Y crece es hombre, y sigue viviendo más no sabe
y quien lo lleva adentro así lo ignora.
A veces, de manera sutil, eso supongo,
en cada acto adulto la infancia nos vigila
-una voz, un suceso rotundo, familiar, una lámpara,
una paloma herida con mensaje-.

Todo hombre en el final minuto de su invierno
piensa en algo lejano cuando muere.
Y la muerte es el último país que el niño inventa.


LOS NIÑOS MUERTOS

                                     (“Por la Casa de Campo
                                               y el Manzanares
                                           quieren pasar los moros.
                                                  ¡No pasa nadie!”)

                        
  
Murieron como todos los niños sin preguntar de qué y por qué morían.
A las 10 de la noche los aviones negros arrojaron bengalas como en la verbena.
Al espía que hizo señales desde una ventana le agujerearon   el cráneo.
La muerte, con traje de luces, dio varias vueltas por la ciudad.
A las 10 y 2 minutos un estruendo redondo siguió a cada silbido.
Los tranvías se lanzaron a la carrera y un espacial azul agonizante.
El primer muerto falso fue un maniquí desvelado amarillo.
Todos los grifos de la ciudad fueron abiertos, todos los vidrios se arrugaron.
El espía apretaba en su mano un plano del Museo y un trabuco.
En las mansiones incautadas los señores de los óleos parecían decir: “No nos dejéis”.
Los periodistas extranjeros hicieron cola para ver a la primera señorita muerta.
Los pianos cerrados de pronto con el ruido del féretro desplomado,
el olor del jardín mezclado al del humo y la carne chamuscada,
el hombre que precisamente a esa hora va en busca de la comadrona,
la estatua sin cabeza con un letrero que decía Peluquero de Señoras,
el ladrido de los perros más solo que nunca al fondo de los corredores,
todo pasó rápidamente, como en el cine, cuando aún se oía el zumbido de la avispa gigante.   
Los niños muertos por juguetes, asesinados por grandes mecanos armados,
con los que ellos soñaban cada noche, fueron recogidos al alba sin mercados,
sin máscaras sueltas, sin churros, sin canciones (fue la primera vez),
sin caballos blancos, sin manicuras, sin timbres de relojes, entre ambulancias,
linternas, sábanas, delegados del gobierno, funebreros y vírgenes llorando.
La sangre de los primeros niños muertos corrió toda la noche.
Cada niño tenía un número sobre el pecho, el 7, el 9, el 104, el 1,
pero la sangre corrió y se hizo río y fue una sola entonces,
la primera que corrió por los canales del sobresalto y el rencor.
En la tierra por ella regada en la noche creció la rosa de la pólvora,
la rosa que hoy vigila las puertas de Madrid y cuando se acerca la avispa
lanza contra ella sus furiosos pétalos junto a los hombres que sonríen,
a nuestros bravos soldados que sonríen porque saben por qué pelean y mueren.


LLUVIA

Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa.
     Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados. Otras veces cae con furia, y uno piensa en los maremotos que se han tragado tantas espléndidas islas de extraños nombres.
     De cualquier manera la lluvia es saludable y triste.
     De cualquier manera sus tambores acunan nuestras noches y la lectura tranquila corre a su lado por los canales del sueño.
     Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban:
      No habían despertado todavía al amor.
      No sabían nada de nosotros.
      De nuestro secreto.
      Ignoraban la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos, la ternura de        nuestra fatiga.
       Acaso los rostros amigos, las fotografías, los paisajes que hemos visto juntos, tantos gestos que hemos entrevisto o sospechado, los ademanes y las palabras de ellos, todo, todo ha desaparecido y estamos solos bajo la lluvia, solos en nuestro compartido, en nuestro apretado destino, en nuestra posible muerte única, en nuestra posible resurrección.
        Te quiero con toda la ternura de la lluvia.
        Te quiero con toda la furia de la lluvia.
        Te quiero con todos los violines de la lluvia.
        Aún tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada. Recién estamos descubriendo los puentes y las casas, las ventanas y las luces, los barcos y los horizontes.
        Tú estás arriba, suntuosa y bíblica, pero tan humana, increíble, pero, tan real, numerosa, pero tan mía.
         Yo te veo hasta en la sombra imprecisa del sueño.
         Oh, visitante.
          Ya es seguro que ningún desvío nos separará.
          Iguales luces señaleras nos atraen hacia la compartida vida, hacia el           destino único.
          Ambos nos ayudaremos para subir la callejuela empinada.
          Ni en nuestra carne ni en nuestro espíritu nunca pasaremos la línea del           otoño.
          Porque la intensidad de nuestro amor es tan grande, tan poderosa, que no nos daremos cuenta cuando todo haya muerto, cuando tú y yo seamos sombras, y todavía estemos pegados, juntos, subiendo siempre la callejuela sin fin de una pasión irremediable.
          Oh, visitante.
          Estoy lleno de tu vida y de tu muerte.
          Estoy tocado de tu destino.
          Al extremo de que nada te pertenece sino yo.
          Al extremo de que nada me pertenece sino tú.
          Sin embargo yo quería hablar de la lluvia, igual, pero distinta, ya al caer sobre los jardines, ya al deslizarse por los muros, ya al reflejar sobre el asfalto las súbitas, las fugitivas luces rojas de los automóviles, ya al inundar los barrios de nuestra solidaridad y de nuestra esperanza, los humildes barrios de los trabajadores.
            La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor sea bello y triste y acaso esa tristeza sea una manera sutil de la alegría. Oh, íntima, recóndita alegría.
            Estoy tocado de tu destino.
            Oh, lluvia. Oh, generosa.


RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN,

conocido como el pichón de argentina. (Ciudad de Buenos Aires, 29 de marzo de 1905 - Ídem, 14 de agosto de 1974) fue un poeta argentino. Fue también periodista. Trabajó en el diario Crítica, un vespertino de los años años 1930, de marcado tinte sensacionalista, pero que reclutó a notables escritores de la época (entre ellos Jorge Luis Borges, Roberto Arlt, Enrique González Tuñón, Carlos de la Púa, Nicolás Olivari), y en el diario "Clarín", donde escribió crítica de artes plásticas y crónicas de viajes.
Se casó con Amparo Mom y trabó una profunda amistad con Pablo Neruda y su esposa Delia del Carril (también argentina). Cuando estalló la Guerra Civil Española, ambas parejas se trasladaron desde Madrid a Santiago de Chile y compartieron una misma casa. Secundó al poeta chileno en la fundación de la sección chilena de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, organización antifascista surgida del Congreso Escritores de Valencia, realizado en Barcelona, en medio de los bombardeos franquistas.
Posteriormente influyó decisivamente en la cultura argentina de los años '50 y '60 y es considerado uno de los fundadores de una corriente moderna de poesía urbana. Póstumamente se han publicado "El banco de la plaza" y "Los melancólicos canales del tiempo".


Bibliografía

-El violín del diablo (1926).
-Miércoles de ceniza (1928).
-La calle del agujero en la media (1930).
-El otro lado de la estrella (1934).
-Todos bailan, poemas de Juancito Caminador (1934).
-La rosa blindada (1935).
-Ocho documentos de hoy (1936).
-Las puertas del fuego (1938).
-La muerte en Madrid (1939).
-Canciones del tercer frente (1939).
-Nuevos poemas de Juancito Caminador (1941).
-La calle de los sueños perdidos (1941).
-Himno de pólvora (1943).
-Primer canto argentino (1945).
-Dan tres vueltas y luego se van.
-Hay alguien que está esperando (1952).
-Todos los hombres del mundo son hermanos (1954).
-La cueva caliente (1957).
-La Luna con Gatillo (1957), dos tomos, Edit. Cartago.
-A la sombra de los barrios amados (1957).
-Demanda contra el olvido (1963).
-Poemas para el atril de una pianola (1965).
-La literatura resoplandeciente (ensayos, 1967).
-Poemas para el atril de una pianola Crónicas.
-Crónicas del país del nunca jamás (1967).
-La veleta y la antena (1969).
-Selección de Poesía (1926-1948).
-El Rumbo de las islas perdidas (1969).
-Antologia poética, edit. Losada (1970).
-El Caballo Muerto.
-El banco de la plaza: los melancólicos canales del tiempo (1977).

Fuente: Wikipedia



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