REFLEXIONES FRENTE A UN ANTIGUO HUERTO
Una
mañana de sábado
—como
tantas veces—
intentas
levantarte.
Tu
huerto espera sediento de nubes.
Llameante
de fresa.
Con
el verde espiga de las judías. Hambriento
de
sudor y azada. Exento
de
ti.
Una
mañana de sábado
teñidas
están
las
yedras blancas.
Tu
nieto ha ido a verte
con
los pantalones rotos y sus veinte años.
Cogiste
su mano
mientras
nadabas confuso entre
la luz del día
y
los destellos
sombríos
sombríos
de
la química.
Te
ha crecido la barba y disimula el bigote.
dentro
y fuera de ti.
Aún
se acuerda:
le
dijiste cariño por primera vez.
Una
mañana de sábado
—atado
fuerte a la blanca yedra—
tal
vez
intentas
perderte
entre
los tallos diligentes de la hortaliza,
en
la romanza matinal de la cresta del gallo,
en
los cimientos del balancín
de
cada niño que sonríe. Entregarte
bajo
el estático verde del almendro
con
tu uniforme azul
y
el antebrazo firme
al
confortable céfiro del estanque.
Has
aprendido
que
el tiempo no va a perdonarte.
Que
nadie regará tu huerto.
Que
morirán uno a uno los peces
y
el gallo
dejará
de cantar
y
las fresas
se
quebrarán al sol
como
el verde agosto de las judías
se
tornará del óxido
más
oscuro.
Y
yo te escribo
casi
quince años después,
sentado
frente
al desierto de paja
que
fue tu huerto,
con
los pantalones rotos
y
alguna cana,
recordando
el día
en
que dijiste cariño, sabiendo
que
el tiempo es con saña
el
más cruelde
los verdugos,
preguntándome
preguntándome
si
acaso creíste
que había esperanza, que todo
que había esperanza, que todo
marchaba
bien,
o
simplemente
cerraste
los ojos
y
aún te preguntas
cuándo
podrás
despertar.
DAVID MINAYO
No hay comentarios:
Publicar un comentario